miércoles, 11 de noviembre de 2009

La Transición.

La transición. Sí, genial, maravillosa. Todo salió muy bien, todo muy bonito. Los partidos se pusieron de acuerdo, los sindicatos se callaron la boca, los bancos también. La mejor generación política del país, que supo plantar cara a las mil y un vicisitudes que se vivieron. Que si el ejército golpista, que si los terroristas, que si la crisis económica. Que si las huelgas, que si el movimiento estudiantil. Que si todo se llevó con relativa paz, que se usó el diálogo y el acuerdo. Que si nos han copiado el modelo en otros países. La punta del mundo civilizado fuimos en aquél momento. Sin parangón en la historia. No como hoy día. Por supuesto. Sí.

Y es cierto. No voy a negarlo. Fue una época que, para bien o para mal, no me tocó vivir. No sufrí los problemas ni sentí las alegrías de un país que salía de un régimen a otro. Los datos que me han llegado, y con los que he tenido que razonar, han sido unos. Y todo el mundo se pone de acuerdo. Desde mis padres, niños por aquél momento, a libros de historia, profesores, y abueletes que cuentan sus anécdotas en los bares. Así que me remitiré a sus vastos conocimientos, que se han ido pasando de persona en persona. La Transición fue algo bueno y bonito.

Los ganadores del proceso fuimos todos. Los ciudadanos, que ganamos en libertades. Los partidos, que se legalizaron. Los empresarios, los trabajadores. Los reyes, que se instalaron como una figura clave del proceso y para la estabilidad del país. Y los políticos. No nos olvidemos de ellos. Porque claro, si alguien fuera algo cínico, podría pensar, si ese alguien comparara algunos apellidos de un régimen y otro, lo siguiente: “Anda, si buena parte de los apellidos que estaban durante el franquismo siguen estando en uno de los mayores partidos de ámbito nacional, con aspiraciones ha gobernar, que ya ha gobernado, y cuyo presidente de honor fue ministro durante el franquismo.”

Siguiendo el mismo razonamiento, uno podría pensar que la transición fue una forma de perpetuar la misma clase política, o, al menos, una parte de ella. Dándole un barnizado de democracia, el nuevo régimen queda muy bonito, y los ciudadanos, sindicatos y partidos de la oposición se quedan calladitos. Pero no, eso es algo que no nos cabe pensar. Porque la transición fue algo muy bueno y que quedó maravillosamente. No importa que se redactara una constitución que nos están dando más de un quebradero de cabeza. Que los culpables de un golpe militar fallido salieran tras pocos años de la cárcel y se dedicaran a veranear en la Costa del Sol. Y que de paso, el tiempo que estuvo retenido el principal culpable militar, al menos en el cuartel, poco faltó para que se le diera una cama de seda (y uno sabe eso porque su propio padre hizo la guardia de Tejero durante el servicio militar).
Tampoco parece que nos importe que la sociedad se haya estancando y quedado complacida desde ese momento. Que se impusiera un rey. Es curioso que muchos digan que fue elegido. ¿Por qué población? ¿Por una temerosa de la palabra república? ¿Por una que votó una constitución en la que venía el rey? ¿Por una que no tenía la menor idea de política? Sí, por esos votantes.

Pero no seamos cínicos. La transición fue buena y maravillosa. Y, dejando las ironías de lado, realmente lo creo. Tuvimos una buena transición. Tuvimos unos buenos políticos, y tuvimos una sociedad que estuvo a la altura.

Eso sí, el que fuera buena, no significa que tengamos que seguir alabándola, sin una mirada crítica. No podemos seguir diciendo lo maravillosa y estupenda que fue. Porque hubo errores. Hubo fallos. Que aún estamos a tiempo de corregir. Pero a ver quién moviliza a una sociedad hastiada, cansada y sin ganas de luchar.

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